Confesiones del emprendedor: las metidas de pata en la feria Vassar
Del 18 al 23 de junio se llevó a cabo Vassar, participaron más de 350 emprendedores, pero decidimos tener una perspectiva diferente de la feria gracias. Valerio Sáenz fundador de Sáenz Leather.
Valerio Sáenz es el fundador Sáenz Leather, una empresa que desde el 2014 tiene la apuesta por rescatar las técnicas en marroquinería, dando vida a objetos hechos artesanalmente, lo que hace que sean piezas únicas.
Esta columna es escrita por Valerio después de participar por primera vez en Vassar , contando en primera persona todas sus “metidas de pata” en la feria.
Hay emprendedores que viajan a las ferias con carritos cargados de certezas, equipos uniformados, estrategias de ventas infalibles y empaques listos para resistir el fin del mundo. Nosotros, en cambio, fuimos con una maleta llena de buenas intenciones, una niña de seis años con vocación de anfitriona, y una colección de errores digna de una novela trágica —o de una comedia, si uno logra mirar las cosas desde lejos, con el corazón menos apretado y el orgullo ya desinflado.
Todo comenzó con una exhibición linda, sí, pero bastante básica, como esas casas de pueblo donde uno encuentra flores frescas y pisos limpios, pero las paredes aún sin terminar. Habíamos puesto el alma en cada pieza, pero olvidamos que las ferias son también escenarios, y que en este teatro el decorado importa tanto como la trama. A falta de un tapete, espejos y un sofá donde descansar las decisiones de compra, los visitantes entraban con la curiosidad encendida y salían con las manos vacías y la espalda recta.
Atendía yo solo el stand, como quien cuida una finca entera con una sola pala y sin machete. Comíamos a escondidas, detrás del mostrador, mientras disimulábamos con la sonrisa la levedad del almuerzo y la carga del cansancio. No podíamos salir ni para estirar las piernas, no por amor al trabajo, sino porque simplemente no había nadie más para cubrir la trinchera.
Y no, no vendíamos mucho. Hubo quien, al tomar una billetera hecha a mano, con el cuero más noble, de curtido sostenible y los acabados más pulidos, la miraba y decía con desconfianza: “Está muy barato para ser cuero”. Como si la nobleza del material necesitara un precio de altar para ser creíble. Nuestro error —ingenuo y romántico— fue creer que la calidad bastaba para venderse sola, sin la teatralidad de los ceros alineados ni el peso psicológico del lujo.
En medio de todo, hubo un cliente que hizo su pedido y olvidamos cobrarle para luego —quizá por compasión porque las ferias también despiertan lo mejor de nosotros— canceló su pedido. Como si el destino dijera: "ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre".
El tiempo para montar fue escaso y nos faltó lo esencial: un espejo para que los clientes se vieran con nuestras creaciones, y un sillón que les dijera sin palabras “aquí puede quedarse un rato, aquí todo es más lento, más humano”.
El segundo día nos quedamos sin empaques. Improvisamos como pudimos: papel craft, bolsas recicladas, una cinta aquí, una etiqueta allá. Cada venta era una obra de origami sin instrucciones.
Y entonces, apareció ella: nuestra hija. La llevamos porque no teníamos niñera, pero terminó siendo la verdadera estrella del stand. Repartía tarjetas como si fueran invitaciones a su cumpleaños, y les decía a los clientes con una seriedad encantadora: “Pueden comprar lo que deseen”. Todos la adoraban, la miraban con ternura, le sonreían como si vieran en ella la esperanza del mundo. Pero no nos compraban. Al parecer, la ternura no siempre se traduce en transacciones.
Así fue nuestra primera vez en Vassar Feria. Una colección de metidas de pata que hoy, desde la distancia, ya no duelen tanto. Porque entre el caos y la torpeza, también hubo belleza: la belleza de aprender a la mala, de reconocer que no todo sale como lo planeamos, y que incluso cuando todo parece ir mal, hay algo valioso en seguir allí, de pie, con las manos llenas de ganas, con ampollas cargadas de cuero, y aprendizajes significativos.
Porque al final, en esta feria de luces, modas y miradas fugaces, no vendimos mucho… pero aprendimos como nunca.